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El Espíritu De Los Juegos Olímpicos

¿Alguna vez te has preguntado qué habría pasado contigo si hubieras intentado practicar disciplinas a las que nunca te acercaste? Esa es una pregunta que me acompaña en muchos momentos de mi vida, porque hay situaciones en las que pienso: a mí me habría encantado poder estar ahí. Los juegos olímpicos de Río, son el ejemplo perfecto.

Imagina, solo por un segundo, que en ese concierto al que fuiste y que tanto te gustó, tu lugar no estaba en medio de la multitud coreando todas las canciones, sino ahí, subida en el escenario, con un micrófono en la mano y dando el concierto de tu vida. Pero ¿alguna vez estuviste en clases de música? O piensa, por ejemplo, qué habría pasado si le hubieras hecho caso a mamá cuando quiso que tomaras clases de francés… probablemente, si lo hubieras hecho, tu pasión habría crecido cada día y hoy hablarías más idiomas de los que te caben en la mano; de esa forma, podrías recorrer la mitad del mundo sin sentirte como un extraña, sin miedo a perderte o a equivocarte.

Después de reflexionar conmigo sobre este tema, ¿no te surge la curiosidad? ¿no te estás preguntando ahora mismo, en qué pudiste ser la mejor del mundo pero ese algo nunca se cruzó por tu camino? Después de que lo hayas pensado, tengo una pregunta mucho mejor que quiero que te hagas: ¿qué puedes hacer ahora que nunca has intentado antes? Todos los campeones olímpicos, por ejemplo, empezaron en alguna parte.

Ahora imagina que, con fuerza, te amarras los cordones de unos zapatos deportivos que tienes en el fondo del clóset, imagina que esos zapatos se sienten más cómodos que nunca e imagina que abres la puerta y sales a correr. Imagina, también, que no paras ni miras para atrás; que no sabes quién corre a tu lado, porque lo único que importa es la carrera contra ti misma. Imagina que cuando te cansas, tomas una bocanada de aire fresco, te detienes un momento pero retomas tu camino. Imagina, por un segundo, que eres inalcanzable, que corres a la misma velocidad con la que el viento despeina tu pelo y que cuando apoyas tu pie en el asfalto, no es el fin del camino sino la plataforma que te impulsa a dar infinitos pasos.

Piensa que lo único que te detiene eres tú misma, porque si hay algo que nadie puede quitarte, es la libertad de usar tu cuerpo como la increíble máquina que es. Sí, es muy difícil sentirse capaz de hacer algo inexplorado, pero lo único que tienes que hacer, es empezar.

Hay una frase que pronunció el padre de los juegos olímpicos modernos y que se convirtió en una de las frases que rigen mi vida: el miedo para dominarlo, la fatiga para derrotarla y la dificultad para vencerla. Ese hombre, el Barón Pierre De Coubertin, tuvo una gran visión entre sus manos: la de unir al mundo alrededor de los juegos olímpicos.

Y aunque a nuestra edad tal vez ya no logremos ser atletas olímpicas, sí podemos hacer realidad los sueños de Pierre De Coubertin y ser una con el mundo a través de todos esos valores que nos hacen iguales a los campeones olímpicos: la inmensa pasión con la que Yuri lucha cada día, es la misma pasión con la que nosotras amamos la vida; la fortaleza con la que Óscar levanta las pesas, es la que misma que le ponemos a nuestros momentos más difíciles; las ganas con que Caterine salta metros y metros, son las ganas que nosotras le ponemos a llegar más lejos y la disciplina con la que Mariana creció para convertirse en lo que es hoy, es nuestra inspiración, nuestro espejo como otra campeona de la vida.

Porque no hay que tener los músculos perfectamente definidos ni romper marcas mundiales; lo único que se necesita para ser una campeona, es tener un cuerpo capaz de llevarnos a cualquier lugar.


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